Friday, June 29, 2007

no fuckin´problem

-Bien. Muy bien...

Duarte puso una cara que era mezcla de asombro y aprobación irónica. Había escuchado el relato de Molina mientras pintaba de negro mate los neumáticos de los trenes de aterrizaje. Molina lo miraba hacer, desganadamente fascinado por la precisión con que usaba esas enormes zarpas para manejar las pequeñas piezas de plástico, que parecían más pequeñas comparadas con los dedazos de Duarte.

-Mirá que es rara tu vieja eh. ¿No podía ir ella y pagar? O hacer un depósito en el banco, alguna otra verdura.
-No. No quería pagar, quería traérselo.
-Y entonces se va hasta el Chaco a robar una tumba y te pide que atravieses un cuarto de país con un muerto en el auto.
-Bueno, no es un muerto, es el hijo... aparte es un cajoncito chico, con huesos. No tiene olor ni nada.
-Es un muerto, flaco. Y es peor que un muerto, por lo menos para vos. Yo cuando vos naciste y tu viejo me contó que tu vieja te había bautizado con el mismo nombre, yo dije esta mina está loca, está mal del balero...
-¿Usted sabía?
-Sí. Me contó tu viejo.
-Y qué dijo.
-Mh, me contó nomás, mucho no opinó. Toda esa época con tu mamá se veían poco, más que nada se carteaban, esto era apenas nos reincorporamos, nos habían mandado a Formosa, él se vino y ella ya estaba embarazada. Al chico tu viejo lo vió una sola vez, cuando tenía dos o tres meses de nacido. Después medio que evitó volver a verlo. Estábamos en el medio del monte, pero no así internados viste, varias veces le dieron permiso a tu viejo para que fuera a verlo, y no fue. Supongo que no podía enfrentarlo.
-Qué cosa.
-Ver a tu, hm... hermano. El primer hijo es importante para un hombre. No es fácil ver que salen mal las cosas, supongo. La vez que volvió de verlo se pasó varios días borracho, estuve volando yo esos días porque era un peligro, me acuerdo bien. Lo subía al avión y lo ataba al asiento, estaba hecho un zombi. No digo que haya sido fácil para tu vieja, tampoco. Por algo hizo lo que hizo, eso no estuvo bien pero capaz que no le daba para otra cosa.
-¿Y cuando mi papá se enteró no dijo nada?
-No. No que yo sepa, tampoco era el consejero matrimonial de ellos como para saber todo. Para serte sincero creo que a esa altura le importaba poco.

Duarte tapó el tarrito de pintura negra y limpió el pincel con un algodoncito y solvente.

-De todas maneras me parece una crueldad de su parte haberte llevado. Si no te lo dijo antes para qué complicarte ahora.
-No podía ir sola, y no tenía nadie más a quién pedirle.

En un rincón de la mesa había un tomo de la Enciclopedia Ilustrada de la Aviación (“Perfiles, Características, Perfomances”). Duarte lo abrió en el capítulo dedicado al B-36 y chequeó con las fotos de la versión que estaba armando el color de los parantes de los trenes de aterrizaje. Volvió a dejar el libro en su lugar, destapó la pintura plateada y se puso a pintarlos. Los conjuntos ya estaban armados.

-Lo mismo, no sé. No está bien, me parece. Bueno, por ahí estoy hablando boludeces y a vos te importa tres carajos el tema, ¿no?. Hace tres días que volviste y no diste señales de vida, que estuviste haciendo.

Molina repasó el cenagoso registro de los días anteriores: drogado todo el día, bañándose a cada rato, horas mirándose al espejo, comiendo exageradamente y vomitando.

-Nada. Dando vueltas por ahí.

Duarte le miró la cara ojerosa y macilenta.

-Sí, te veía más tostado, -dijo- mucho aire libre. Aflojále un poco a la vida saludable que te va a hacer mal.

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