Friday, March 18, 2005

se me ocurrió que voy a escribir un cuento que se va a llamar “un pitbull con parvovirus, una lata de arvejas congeladas y lo que darwin no dijo sobre

el origen de las especies” y que va a girar alrededor de esto:

mi hermana tenía un pitbull que se llamaba paco y de cachorro había tenido parvovirus. ella lo había cuidado en su regazo durante dos meses en los que el perro se estuvo muriendo casi todos los días. hasta que un día se salvó. y era muy gracioso porque el perro se había acostumbrado tanto a estar en brazos que después era una terrible bestia de no sé cuantos kilos y la lengua del tamaño de un bife grande y apenas podía se te subía encima. con los años fue evidente que la enfermedad había seguido actuando sobre el cerebro y de a poco fue perdiendo coordinación muscular. primero se acalambraba o se caía, después casi no podía caminar.
un día (era invierno y hacía un frío de la puta madre) estábamos tomando mate mientras mi hermana preparaba la comida. habíamos estado hablando toda la mañana, cada uno a su manera y por su lado estábamos atravesando una época rara. habíamos fumado bastante y estábamos discutiendo que influencia habría tenido la genética en nuestra manera de ser. habíamos estado leyendo “el gen egoísta” y la íbamos de entendidos. habábamos del azar combinatorio del acervo génico: en general la reproducción sexuada es “económicamente favorable” para la especie porque produce contínuas mutaciones y de esa manera acelera su evolución. estábamos de acuerdo en que éramos mutantes cercanos a la categoría “salto cuántico” (pero para atrás, no la clase de mutantes destinada al éxito evolutivo). nos había tocado una sumatoria de genes más chau que hola.
mi hermana me pidió que le alcanzara una lata de arvejas congelada que había en el freezer. mientras sacaba la lata miré al patio por la ventana de la cocina. aparte de paco, en la casa había una perra que esos días había entrado en celo. me quedé colgado un rato largo mirando los infructuosos intentos de paco por cepillarse a su compañera de patio. pilas le ponía, pero no se las arreglaba para otra cosa que tropezarse y revolcarse en el piso. cerré la puerta del freezer y golpeé suavemente la lata contra la pared.
-no hay que subestimar la influencia de los factores externos.- dije- lo más probable es que en el momento de nuestra concepción nuestro padre haya sido un poco menos torpe que ese perro y nuestra madre haya estado un poco más tibia que esta lata de arvejas.

el cuadro que más me gusta se llama “jesús dog” y no sé de quién es, lo ví en una revista norteamericana que se llama “ART? alternatives” que me fue prolijamente sustraída. en el centro del cuadro hay un enorme pitbull todo tatuado (en el pecho tiene un jesús señalándose el corazón encerrado por una corona de espinas) y es un gran relato. a un costado del perro hay un bebé parado, levantando sus manos quemadas y humeantes. abajo, un rótulo: “lost orphan”. abajo del perro dice: “él se puso de pie y los huérfanos lo siguieron a casa”.

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