Wednesday, January 12, 2005


Correr, correr, correr. Primero parece que el cuerpo no aguanta más, que pide que la tortura termine, duele entero y es una lucha lograr que los músculos traccionen, que la respiración sea sistemática. La voluntad interviene en llevar el cuerpo hasta ese límite y atravesarlo. Después, el blanco. Todo se calma, los pies tocan el suelo cada tanto. No hay voluntad, no hay cuerpo, no hay respiración, no hay carpetas, no hay enormes animales ocultos, no hay muertos, no hay memoria, no hay nada más que el paisaje moviéndose, hasta que tampoco hay paisaje, hasta que se despierta tendido en el pasto y emprende el regreso.



Carpeta 12, página 22, papel pulpa color gris sin renglones

Mientras volábamos muy por encima de las nubes con proa a nuestro objetivo, encontré la visión del exterior de mi ventanilla tan dramática, que durante algunos momentos olvidé que íbamos hacia Ploesti. Había una belleza trágica en aquellos quinientos bombarderos que avanzaban formados metódicamente hacia la destrucción, dejando tras de sí una alfombra de estelas de carburante condensado.
Artillero de cola de un B-24. En la incursión a Ploesti cayeron 162 aviones. Cada avión tenía diez tripulantes y pesaba 25000 kg.

Hay que admirar la osadía y hasta la temeridad del leproso de marcos 1; 40-45. la narración nos dice que se acercó a jesús, se hincó de rodillas ante él y le dijo: “si quieres, puedes limpiarme”. Con cualquier otro rabino su suerte hubiera sido muy otra. Si el rabino hubiera tocado al leproso, no hubiera podido entrar nunca más a una sinagoga ya que habría sido contaminado por el pecado y la impureza del que había contraido la enfermedad.


Hoy, sentado al lado del teléfono. Desayuno: compota de ciruela con galletitas Express. Almuerzo ñoquis de sémola con aceite y queso rallado. Pan negro. Merienda: mate cocido con galletitas express.
Pedir perdón.



Anoche soñé con papá. Era mi cumpleaños, me trajo una bicicleta y una torta y me cantaba el feliz cumpleaños, apagaba las luces para que yo soplara las velitas, pero eran muchas y yo soplaba y soplaba y no podía apagarlas. Me había traído de regalo una bicicleta. Después, de repente estábamos en la pista de Sausalito y me llevaba a volar. como cuando éramos chicos. Yo seguía siendo chico y el Skymaster era el mismo, pero el avión estaba viejo, abollado, las insignias y la boca de tiburón todas despintadas. Mientras volábamos, me preguntaba cosas que yo no entendía y no podía contestar, hasta que en un momento abrió la puerta del avión y me empujó. Yo caía, caía, jugaba en el aire, daba vueltas, no terminaba de llegar al suelo. Veía Sausalito desde arriba, las calles y las casas, y trataba de ubicar la nuestra, pero no me orientaba. Podía ver a la gente, caminando y andando en bicicleta, desde la altura parecía que se movían muy lento. Yo rogaba que no levantaran la vista, no quería que me vieran, porque me daba vergüenza que se enteraran que papá me había tirado del avión. No me acuerdo más, pero el sueño seguía.

Cena: pollo hervido con verduras. No como más pollo. Las verduras estaban sucias. Las comí.

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