Thursday, November 18, 2004


17 de marzo. es el fin del verano. acaba de pasar el último heladero bajo mi balcón, voceando su mercadería. imaginé que pronto su magro cadáver se balanceará colgado de la rama de un árbol lleno de hojas amarillentas, en un parque abandonado por los niños. la ternura de esta imagen, esa sensación de fugacidad que siempre asociamos con el otoño – es tan breve el verano, apenas el tiempo de cortar un tomate en rebanadas-, el recuerdo de la finitud de nuestros días en la tierra, etcétera, me despertaron el vivo deseo de escribir un libro. hacia el fin del verano, todos los años me sucede lo mismo. pero esta vez será un libro distinto. el otoño me irá invadiendo como a todo el mundo, pero aún puedo atrapar un rayo de sol no demasiado oblicuo que entra por mi ventana y mantenerlo ardiendo entre estas páginas hasta el próximo verano. he decidido en suma, no entregarme sin ofrecer cierta resistencia. si pudiéramos mantener con vida a uno solo de esos heladeros que se aproximan resignados a los parques desiertos, estoy seguro que los milagros serían más frecuentes y los inviernos, menos rigurosos.


esto de arriba es de mario levrero ("apuntes de un voyeur melancólico"), no subo nada de mi autoría porque le dedico mi tiempo a mi otro, ejem, proyecto literario (aparte y viendo la calidad de lo último publicado, mejor desensillar hasta que aclare). por ahora, la frase que abre mi confuso masacote en tránsito a novela está sacada de “rashomon” (ryonusuke akutagawa):

el sirviente esperaba que cesara la tormenta, pero no sabía qué haría después.

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